Y de repente llegó: el coronavirus, el enemigo invisible al que todos temíamos, empezó a detectarse en España. Llegaron los ingresos, y los fallecidos. Y entonces, el mundo cambió de una forma que nunca hubiéramos esperado: llegó la cuarentena.

Hace dos meses, cuando veíamos que China estaba en cuarentena, que no se podía salir de casa más que para hacer la compra, pensábamos, como en tantas otras ocasiones, que aquello eran problemas «de otros», de países lejanos, cosas que nunca llagarían a afectarnos. Vivíamos creyéndonos superiores, pensando que vivir en occidente nos protegía de todos los males, que éramos inmunes a epidemias y otras desgracias.

Hace tres semanas, cuando se empezaron a suspender las clases en Madrid, tampoco llegábamos a tomárnoslo en serio, nunca pensamos que se pudieran cerrar tiendas y restaurantes, ni que se tuviéramos que quedarnos en casa por obligación. Y, sin embargo, la cuarentena llegó.

Ese fue el momento exacto en el que nuestra vida cotidiana cambió por completo, el momento en el que tuvimos que replantearnos de verdad qué es lo importante. Y entonces, un mundo nuevo se abrió ante nosotros.

En un momento en el que parece que las nuevas tecnologías nos lo dan todo, hemos tenido que redescubrir el ocio. Tal y como nos comentaba el lunes nuestro genio particular, Adrián Aguilar, es el momento perfecto para sacar nuestro yo creativo, para dibujar, tocar el piano, o hacer cualquier cosa que nos guste.

Y, si puede ser en compañía, mejor. Tal vez hayamos perdido el contacto físico, pero nos hemos reencontrado con la comunidad. Antes ni siquiera hablábamos con los vecinos, ahora nos ofrecemos para hacerles la compra. Hace unas semanas no nos habríamos planteado hacer nada en común, ahora organizamos «quedadas» por las ventanas. «Radiopatio» es nuestro mejor medio de comunicación, el que nos mantiene informado de lo que pasa a nuestro alrededor; y, en muchas ocasiones, son los vecinos los que nos ayudan. Hemos descubierto (o vuelto a descubrir) la importancia de vivir en comunidad, de ser parte de un barrio que nos acompaña y nos ayuda.

Y hemos descubierto también que podemos estar juntos en la distancia. Hemos aprendido a recibir clases online, a hacer ejercicio delante de la pantalla y a proponernos acertijos a través del móvil. Hemos visitado museos, disfrutado de obras de teatro, e incluso las misas se han pasado a ver en youtube. Pero también creo que no me equivoco al decir que todos hemos llamado a esos familiares o amigos con los que hablamos solo por los cumpleaños y por Navidad, y muchos hemos aprovechado también para hacer videollamadas y quedar con amigos a los que siempre decíamos «tenemos que quedar un día». Bueno, pues ese día ha llegado.

Además, hemos redescubierto algo que ya creíamos olvidado: el tiempo para nosotros. Hace dos semanas, el trabajo, los transportes y el «hacer recados» ocupaban casi todo nuestro tiempo libre. Hoy tenemos tiempo para todas esas cosas que siempre habíamos dejado de lado, para llamar a esas personas para las que nunca tenemos tiempo, y para improvisar planes. Y es que no hay nada que no podamos conseguir, si nos ponemos a ello.

Y, sobre todo, hemos descubierto que lo teníamos todo. Teníamos la calle, la luz, los parques, los viajes (aunque fueran cercanos), los bares donde quedar con los amigos… Y no lo valorábamos. Andábamos siempre preocupados, siempre pensando en lo que nos faltaba, o en lo que creíamos que nos faltaba, porque, ahora que hemos perdido una gran parte de las cosas que teníamos, hemos descubierto que ya éramos felices, y no nos dábamos cuenta.

A veces nos hace falta un respiro, un descanso para pensar y para valorar lo que tenemos, para darnos cuenta de que nuestra vida está bien así, que podemos seguir adelante con lo que tenemos, siempre y cuando tengamos el valor de reinventarnos y ver el lado positivo de lo que nos pasa. Al fin y al cabo, en momentos de crisis es cuando tenemos que poner en marcha todos nuestros mecanismos de adaptación, y cuando tenemos que enfrentarnos a nuestro peor enemigo: nosotros mismos. Sin poder salir de casa, con el aburrimiento acechando y con todos nuestros planes cancelados, es el momento de sacar lo mejor de nosotros, tanto individual como colectivamente. Es seguro que el coronavirus nos ha quitado un montón de cosas, pero también nos ha dado una: la fortaleza para salir adelante como sociedad.

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